
En los últimos peldaños de mi peregrinar por la vida siento la
necesidad de una introspección serena, transparente, sin
postigos amurallados que oculten la resonancia de mi travesía.
Quiero auscultar el sonido de la vida que late y ha latido en
mi rededor, las experiencias que me han seccionado la
nostalgia, los ayeres que asfaltaron las sendas por donde hoy
transita mi ánimo; los celajes apiñados de congojas ocultas,
la caricia y grandeza del indulto y de la tolerancia, la
belleza de amar y ser amado. Estos poemas son quejidos,
sentires desmaquillados de juicios y condenas, que pretenden
arrullar las astillas de la soledad y la ausencia, el aliento
fragmentado del anochecer del espíritu, el lamento silencioso
del quebranto y la tristeza. En los frágiles muros de mis
emociones quiero grafitar mensajes de solidaridad, paz y
calma; abrazos de empatía, sonrisas de acogida, brotes de
igualdad en tantas miradas vencidas. Porque, desde mis últimos
peldaños, desde su perspectiva, veo mejor la vida que
acontece, incluso a través de las nieblas que, en ocasiones,
pretenden velar la realidad.
